Les voy a contar una historia con final extraño pero feliz.
Ayer me di cuenta de que había extraviado mi celular. Busqué, busqué, busqué y no apareció. Pensé en lo que hice, los lugares en donde estuve y nada. Puse a todos a buscar el bendito celular. Hasta acudí a José Gregorio de la Rivera, que tiene el don de hacer aparecer los objetos perdidos y le recé para que hiciera su milagro. Le prendí una vela. Le volví a rezar. Busqué en el armario, en el abecedario, debajo del carro, en el negro en el blanco, en los libros de historia, en las revistas, en la radio. Busqué por las calles, en donde mi madre, detrás de los cuadros, en mi monedero, en dos mil religiones. Lo busqué hasta en mis tuits. Llamé a mi vecina, a mi hermano y al lugar de los quesos al que había ido el día anterior. Me atendió una muchacha que inmediatamente le preguntó al de la caja y pude escuchar a lo lejos un rotundo NO seco, despiadado e incólume. Sentí que mi telefonito ya era una mortadela Galaxy.
Volví a hacer memoria: Antes de salir a celebrar el día de la madre, envié un par de mensajes de felicitación. Acto seguido, me fui a un almuerzo. Cumplido el protocolo de inicio, nos sentamos a tomar un vino, comer unos aperitivos, conversar y disfrutar de la comida. En algún momento, mientras llenaba una copa de vino, ésta se desparramó por la mesa, se rompió y el vino fue a dar al piso. Una vez todo limpio, me percato de que mis zapatos blancos están manchados con el preciado líquido y procedo a quitármelos rapidamente para lavarlos en la batea (me la prestaron). Recuerdo haberles quitado las trenzas y remojarlas por un minuto. Me quedé descalza. Ya en casa y con el vino en mi cabeza, el día continuó sin ninguna pista. Llegó la noche y fui a casa de unos amigos. Los domingos vemos GOT juntos.
Ese fue otro de los lugares a escudriñar pero también había quedado descartado. Seguía pensando en el señor de los quesos. Pero NO, algo me decía que él no podia haberse “embutido” mi celular. No parece ser de esos. Insistí en el carro, mis amigos, mi hermano, mi casa. Decidí no darme mala vida. Era un buen teléfono. Tenía esa capacidad de memoria que a mí me falta. Lo extrañaría. Comencé a avisar a mi gente para que me eliminara del whatsapp hasta nuevo aviso, también me dediqué a cambiar todas las claves de mis aplicaciones. Triste, desolada pero haciéndome la desentendida, llegó el siguiente día que es el de hoy.
Abrí los ojos a las 2:55 a. m. De la nada, mi mente me llevó a recordar que en efecto NO me había llevado el celular al lugar de los quesos. Poco a poco mi mente se esclareció y tuve una regresión increíble. Parecía la señora cuervo de los tres ojos. De repente tuve una visión. Me levanté de la cama, fui a hacer pis (siempre debo hacer pis), regresé a mi habitación y para darle más suspenso al asunto, tomé una linterna para no encender la luz. Abrí mi closet, saqué los zapatos blancos que se empaparon de vino y ¡VOILÀ ! mi pequeño, blanquito, precioso y preciado telefonito, estaba allí, dentro de uno de los zapatos. Guardadito como un tesoro, calladito, completico, perfecto. Lo puse a cargar y me volví a acostar hasta que caí en el más profundo de los sueños. No sin antes agradecer al universo, a Dios, al Santo de la estampita, a mi mamá, a mi vecina, a mi hermano y al señor de todos los quesos del mundo entero mundial. Ahora lo que no recuerdo son las claves que cambié.
1 comentario:
El truco de las claves es usar la misma para todos, cuando te pida cambio empiezas a modificar todas
Con el siguiente número
Ejemplo
Uso Grande1.# cuando me pide cambio, Grande2.# y así
Publicar un comentario