Todas las tardes, menos los fines de semana, uno que otro viernes y días cuando la flojera o alguna razón poco pesada, se apodera de mí, voy a caminar en un circuito cerca de casa que se supone tiene unos quinientos metros por vuelta. Doy seis. Ni una más, ni una menos.
Allí me encuentro con varias personas, cada una en su propio halo misterioso de ejercicios. Hay un grupo genial, sobre todo por la gentil señora que al verme, siempre se acerca a saludar y a iniciar una pre charla antes de dejarme arrancar con mi rutina. Bella, blanca como la porcelana, flaquita de cuerpo pero robusta de energía y ánimo. Siempre sonriente. Nos estamos conociendo, pero me parece que es jodedorcita. Se nota que es la líder de su grupo, porque es esa que está pendiente de todos los carros que llegan, y que con espléndida vigilancia porque de paso ella es elegantísima, los cuida mejor que esos que luego te piden pal fresco. A veces me la encuentro sentada con su grupo y otras cuando ya viene de regreso a su punto de contacto, porque también ella da sus vueltas, eso si, con un enorme paraguas cubriéndola del a veces inclemente sol. Está informada hasta los tuétanos. Sabe la noticia de último momento. Te echa algún cuento de su vida en cuestión de minutos y su voz suavecita, bajita pero picarona te hace querer oírla con atención para no perderte ni uno solo de sus detalles. Una vez que he cumplido con el protocolo, continúo mi pequeña, corta y tranquila caminata para al menos mover un poco el esqueleto y si Dios me lo permite, llegar a esa edad que calculo yo, debe estar entre la de brillante y la de mármol.
Al ratico, me tropiezo con otra señora sola, que camina moviendo los brazos y el torso como quien empuja a alguien a quien no quiere cerca. Pero la empuja varias veces, montones de veces. Duro. Camina rápido, sin freno, como si la persiguieran, pero es pura impresión porque no corre. Uno la ve de lejos, y no sabe a ciencia cierta si lo que se te viene es una avalancha. Al acercarse, su sonrisa premeditada y su saludo rápido y tosco te cachetea casi sin darte cuenta y así pasa violenta y estrepitosamente, arrastrando con ella todo lo que encuentra a su paso, pero yo sigo en pie. Respiro y pienso en un obstáculo esquivado.
Seguidamente encuentras las gradas llenas de padres que acompañan a sus hijos mientras practican béisbol. A medida que pasas por esa curva, sientes todas las miradas sobre ti, como la de los gatos pero con desazón, aunque tu mayor preocupación realmente sea que no te peguen un pelotazo en la cabeza por alguna bola extraviada que la cerca no pudo detener. Más de un susto me he llevado, sobre todo cuando escuchas la voz de algún muchachito que grita—CUIDADO CON LA PEL… - y ésta ya ha caído a menos de un metro de tu posición, haciendo ese sonido seco y hueco que te advierte, que siempre te advierte. Obstáculo salvado.
Toca el turno de la zona donde hay máquinas de esas para tonificar. La última vez que las usé, me lesioné la rodilla. Obstáculo pendiente. Por último y para no hacer muy largo este relato. Hay un señor que cada vez que nos cruzamos, deja una estela larga e incesante de su colonia favorita. El señor se parece mucho a Woody Allen. A lo mejor va perfumado por si llegan los paparazzi. No importa cuanto camine, la estela sigue, y cuando por fin creo que se va a disipar, ya hemos dado la vuelta y nos hemos vuelto a cruzar. No en vano el dicho aquel que dice que “todos los caminos, llevan a-roma”.
La vida está llena de obstáculos, unas veces éstos te empujan con tanta fuerza, que te apartan del camino. Otras veces te miran y se burlan de ti, tratando de que te sientas pequeño e inoportuno. Algunos implican un gran riesgo que simplemente debes tomar, mientras que otros solo te inspiran tanto miedo que prefieres dejarlos pasar. Pueden aparecer camuflados, tentadores y olorosos pero con algunas trampas. En fin, con ella hay que tomarse su tiempo, hay que recibirla con agrado, conversar un rato, sonreir, escuchar y a veces dejar que ella haga el trabajo sucio. A la vida solo hay que prestarle un poquito de atención para comenzarla a caminar, aunque sea con un paraguas en la mano.
2 comentarios:
Estupendo relato!
¡Gracias Gogo!
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