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viernes, 22 de mayo de 2020

Virtuales no, virtuosos.


No soy una persona especialmente amorosa. No soy de dar besos, apurruños, ni de hablarle chiquitico a nadie. No soy tocona, ni de hacerte cariños en el cabello o de darte la mano y decirte cosas bonitas y dulces, no soy de esas que empalagan pero eso no quiere decir, que no lo pueda hacer. 
   A ver, hay personas que son cariñosas por naturaleza y lo hacen bonito, pero hay otras que se acercan a ti hasta invadir todos tus espacios, desde arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Van de un lado al otro, hasta bordearte por completo y abusan, algunas, en serio abusan.
   Dicho esto, cualquiera podría pensar que en estos momentos, me vienen muy bien todas estas reglas tan explícitas que se nos ha impuesto, como: no acercarnos, no darnos la mano, no tocarnos, no besarnos, no hacer el amor o tener sexo (como prefieras verlo), no compartir utensilios, no permanecer en espacios cerrados, no estar en lugares no ventilados, no salir, no comer en la calle, no estornudar, no toser, ¡no un coño!
   A algunos no les queda más que abrazar el montón de zapatos que puedan tener en sus closets o las decenas de looks diferentes que puedan llegar a poseer.  Besan el montón de maquillaje o cepillos y hasta la plancha para el cabello, accesorios, carteras, relojes, trajes o cualquier periquito que quizás, aún está sin estrenar porque siguen pensando, que es eso lo que importa.
   Otros, nos damos cuenta de otras cosas que nos han hecho falta. Desde la barrera y lo más recóndito de nuestro espacio, observamos desde la distancia, desde nuestras pantallas, desde la imaginación y desde lo que nuestros ojos dicen ver; el actuar de una sociedad sola, ausente, incrédula, a veces cruda, rota y fea. Otras, desesperada, vacía e inerte. El ambiente no ayuda. Algunas declaraciones, tampoco. Ciertos mensajes de whatsapp menos y por eso me gusta tratar de quitarle un poco el melodrama a las cosas. Eso no quiere decir, que algunas veces no sea yo quien se comporte como una perfecta amargada con patas que camina, y que en definitiva, deja aflorar su mal humor y pesadez.
Hoy estoy de cumpleaños y afortunadamente tengo a mi mamá a mi lado. Hoy tomaremos ron con cocacola y también vino. Haré un brownie. Comeremos pan casero y lo que queda en la nevera para que no se dañe. Pasaremos calor juntas, porque ¡vaya que está haciendo calor! Tendremos conversaciones de esas rápidas y que no interrumpan mucho el audio, video o película que estemos viendo. Nos quejaremos de cualquiera de las notas disonantes que puedan aparecer durante el día.  Y así nos llegará la noche, hasta que ya mañana sea el cumpleaños de alguien más. También cuento con mi gente querida de siempre. Esa que me conoce desde hace mil siglos atrás. La que quizá no palpo todos los días o ahora ni se acuerda de mi cumpleaños, pero con las que nos hemos sentido en risas, lágrimas, buenos y malos momentos.
   Hay un mundo virtual, del que muchos hablan. Y sepan, que mucho de lo que me alegra y me mantiene en pie, tiene que ver con ese mundo. ¿Quién dijo que lo virtual es irreal o falso?  He recibido tanto cariño el día de hoy. Personas que son mucho más que un avatar, unas palabras escritas o un “jajajajajajajaja” sin sentido. Me han enviado audios, mensajitos, stickers. He comido varias tortas y no he engordado ni un gramo.  He recibido abrazos, besos, los más encantadores deseos y a muchos ¡ni siquiera los conozco!
   Nos hemos “prometido” cafés, paseos, encuentros, conversaciones, fiestas, tragos, regalos, celebraciones, proyectos y mucho futuro.  Eso me encanta y me motiva mucho. Se han convertido en un proyecto muy personal que tengo, debo y quiero cumplir. Son mis “amigos” que más que virtuales, son virtuosos. Son divinos. Son geniales. Gracias a todos. Son importantes para mí. 


martes, 21 de abril de 2020

Lugares.



¿Han conocido esos lugares que parecen un museo? Son esos en donde todo parece estar pulcro, intacto, brillante, perfecto. Y a veces también parece que nadie los habita. Lugares vacíos y hasta fríos. Suelen ser muy modernos, siempre al día y a tope. Con tecnología de primera. De esos que responden a los aplausos para abrir sus cortinas o encender sus luces. A veces minimalistas, otras, extravagantes. Pueden llegar a ser ruidosos, atractivos, lujuriosos y opulentos. Amplios y muy iluminados, sobre todo porque siempre están listos para ser admirados, están hechos para eso. Dan la impresión de nunca ensuciarse, pero ¡si lo hacen!, solo que también tienen quien los limpie. Todo es nuevo, exótico, impoluto. Su olor evoca a limpio, a recién salido de la ducha, a veces huelen a plástico, a carro nuevo y a mucho Chanel.
 
   Otros en cambio son también como museos, pero más bien por lo antiguo o retro que puedas encontrar allí. Parecen casas de empeño, de esas en donde puedes encontrar verdaderos tesoros. Están llenos de música en vinilo, recuerdos en sepia, olor a caoba, flores naturales, cuadros de exposición, con un mobiliario viejo y usado, quizás remendado y ¿por qué no? hasta con mantelitos de croché en algún lugar clave o en cualquier rincón donde voltees. Están llenos de memoria, remembranzas y de mucho pasado. Es ese estilo que a veces te hace estornudar. Puede oler a óxido pero también a sabiduría. Pueden ser tercos, rústicos y maniáticos en su decoración, algunos te invitan a tomar un trago de esos clásicos, con música de fondo y quizá con mucho humo en el aire. Son dignos de observación, cada una de sus grietas cuenta una historia diferente. Pueden estar llenos de mucho friso, bajorrelieves, papel tapiz y varias molduras difíciles de eliminar pero al rasparlos un poco, puedes encontrar paredes lisas y muy tersas.

   Los eclécticos, tienen un poco de los dos anteriores y más. Son esos que tratan de reunir todas las tendencias y fusionarlas en una. Son divertidos, modernos y muy de antaño a la vez. Si volteas a una de sus esquinas, probablemente veas un espacio tan frío como acogedor. Mezcla piezas vintage con otras de vanguardia. Es conciliador. Procura estar en una posición intermedia más no ambigua. Son de esos difíciles de encasillar y tampoco suelen sobrecargarse. Son una mezcla de todo, sin radicalismos. Lo ecléctico evita el caos, busca la armonía sin hacerte daño a la vista. Juega con las texturas, los colores y absorbe un poco de cada estilo. Su truco está en los detalles y tiene mucha personalidad.
 
   Hay lugares pequeños, angostos, enormes, tipo duplex, con jardín, con apenas un balcón, hay algunos en los que no puedes ni respirar o por el contrario, abiertos y con muchas ventanas, los hay cercanos, los no tanto, clandestinos, acogedores y los que tienen muchas reparaciones pendientes. Los hay en construcción, con buen gusto, humildes, sencillos, estrambóticos, feos, propios y alquilados. La lista es enorme y los estilos, interminables. Que uno de ellos resulte frío a la vista, no significa que realmente lo sea. Que uno resulte acogedor a los ojos, tampoco significa eso. Aquel que resulta tan acomodaticio o complaciente, también puede llegar a ser un completo caos si no se mezcla bien. En fin, abarcarlos a todos, sería temerario porque las apariencias engañan o enganchan.

   Dicen que las personas, somos lugares. ¿qué es un buen lugar? ¿Cómo se hace un buen lugar? ¿Quién es tu lugar favorito? Y sobre todo, ¿Qué tipo de lugar crees que eres tú?





miércoles, 18 de marzo de 2020

Ffsshh Ffsshh : La película


   Llevo encerrada en mi casa, siete días.  No he dormido muy bien. Me despierto en la madrugada sin poder concebir el sueño otra vez o al menos no inmediatamente. Para cuando me levanto en la mañana, estoy cansada. Mi rutina siempre ha sido muy normal y hasta aburrida. Cuando recuerdo lo bueno que es estirarse antes de poner los pies en el suelo, lo hago; pero no se me da con mucha frecuencia. Voy directo al baño, hago pis, me lavo las manos, cara y me cepillo los dientes. Acto seguido, voy a la cocina y enciendo la cafetera, si es que no la han encendido ya. Eso es todo. 

Ahora hago exactamente lo mismo pero me llevo un spray lleno de alcohol y un poco de agua,(ésta para hacer que me rinda un poco más). Voy haciéndole splash a cada pomo de las puertas, a cada suitche de luz y a veces a cada superficie que se me atraviese por ahí. Remato con uno en cada mano y si estoy descalza (que lo estoy) en cada uno de mis pies. Quiero pensar que es una locura temporal. Que forma parte de una paranoia pasajera que en cualquier momento, dejaré atrás. Soy una persona tranquila y disfruto mucho de estar en mi casa. No soy de salir mucho. No suelo aburrirme con facilidad y me llevo muy bien conmigo misma. Para mí, tener que sobrellevar el hecho de no salir, no es un problema. Puedo permanecer en silencio por horas. No me pican los pies por salir y estar en la calle como otros. Me relaja, me da paz, me siento cómoda cuando estoy en casa. Pero ahora es diferente. Me siento a salvo pero eso no es lo mismo que sentirme cómoda. Uso mi splash a diestra y siniestra como un arma desinfectadora de gérmenes invasores y volátiles que se apoderan de todo mi espacio provocándome pánico si se me ocurriese estornudar, toser o sentir aunque sea un leve escozor de garganta. Es como no estar en casa. Y eso no está bien.
   No tengo miedo. Por alguna razón, no tengo miedo (me pareció importante recalcarlo). Me siento la protagonista de una película. La apocalíptica, la de ficción científica o ciencia ficción pero sin la ficción y con mucha inconciencia: El mundo entra en caos por un error humano intencional o no. (algo que ahora no importa pero luego veremos en los análisis explicativos). Muchos lograremos superarlo (y me incluyo con intención y alevosía porque soy la protagonista)pero otros tantos no, así que pasa a ser un filme trágico que a la vez, te brinda momentos de lucidez y gran sentido del humor. Es Hermosa por su fotografía y por la actuación sincera y amable de sus estrellas. Tiene mucho de musical. Hay cantos, bailes y si, mucho desconcierto. Sin embargo, es muy triste en su esencia. Es ruda, es densa, muy densa. Pesada, con mucho drama y con un grado de violencia que no se percibe en escenas de lucha sino más bien en desazón y otro tipo de estallido. Despierta el miedo de muchos, algo que causa terror. E increíblemente es muy al estilo oeste por aquello de “cuéntame una de vaqueros”, y porque definitivamente hay mucho alcohol de por medio. ¿Su final? No, no es un final feliz. No puede serlo después de todo lo que hemos visto. Si acaso será un alivio cuando llegue a su final. Pero tiene moraleja. Esa que cada uno de nosotros, debe saber interpretar y de la que prefiero no hacer spoiler porque creo que este tipo de aprendizajes es tan personal que vale la pena que cada quien lo cuente a su manera. Cuídense mucho. Cuidémonos todos. Los quiero mucho.


lunes, 10 de febrero de 2020

Abecedario sin tacho


Y al amaneser despierto tan solo para adorarte.
Aun no puedo ber el sol del amaneser, pero… 
    Pero ¡nada! ¡nada! ¡NADA! ¡NADA! ¿Cómo seguir leyendo la esencia de algo tan lindo con tan mala ortografía?
  Hay tanta ortografía en nuestras vidas. Tantos puntos y aparte, tantos puntos suspensivos, tantos puntos y final. Vivimos de paréntesis, comillas y acentos. Hay personas que AMAN con 
H, sin entender que no es más que una letra muda que a veces debemos usar solo para Hablar o para Hacer. Supongo que el amor no tiene ortografía, escuchar un “Te quiero”, un “Te extraño”, un ¡Me haces falta! nos llena de vida, nos ilumina y nos da 20 puntos en caligrafía auditiva. Pero cuando a uno le han “deceado” ya varias veces, es curioso como la esencia de tantos “deceos” a veces se pierden por tan nebuloso error. Definitivamente es mucho mejor que a uno le “Deceen” con S. (Y no me refiero a “ese” de “aquel” sino a la “S” como símbolo, como letra pues).

   El amor puede ser tan ciego como muda es la 
H pero cuanta falta hace cuando es el corazón el que desea ver… ¡y leer!  Suena tan bonito leer un amor escrito. Se siente, se palpa, se degusta y su aroma es increíble. Cinco sentidos para enamorarse o no.
    El poder de las letras y el efecto que éstas causan en nosotros es insuperable. Muchos no poseen el don de la palabra, lo que no significa que tengan poco que decir. Es allí cuando se recurre a la palabra escrita, que muchas veces nos resulta mejor y hasta con mayores gratificaciones y menos sacrificio, eso si, cuando está bellamente escrita.

    Dicen que cuando se habla de amor, las palabras sobran. ¿Cómo puedes hablar de amor si no dices nada? Pues se dice, ¡se puede decir!   Los ojos, el palpitar de un corazón, los nervios a flor de piel se convierten automáticamente en nuestra mejor pluma, con la que vamos dibujando y escribiendo cada una de esas emociones que queremos transmitir. Pero si ansiamos plasmarlo en un papel o en una pantalla, debemos cuidar y rescatar un abecedario hecho para amar. Porque la verdad es, que si lo que piensas escribir está lejos de ser agradable, ya por defecto y aún teniendo la mejor ortografía del mundo, pasa a ser un precepto totalmente errado en cuanto a gramática se refiere.
     La ortografía nos remite a escribir correctamente y la gramática a la utilización correcta del lenguaje.

    Alzheimer era alemán y aunque a veces sea el culpable de nuestra falta de tacto al escribir, ¡el tipo era alemán!, no le achaquemos nuestro imperfecto castellano. Sabemos que los “lapsus” existen, y para algunas personas como yo, omitir acentos o eñes está permitido. Pero todo tiene un límite. Los modismos, símbolos y nuevas formas son frecuentes (tristemente). Podemos tener problemas técnicos o de configuración del teclado o dedos pero cuando la configuración tiene más que ver con la desidia, el problema se torna catastrófico.  

Los delirios, alucinaciones y olvidos tienen mucho que ver con el amor. Pero no con que ni siquiera nos molestemos en revisar en nuestra memoria para ver si hallamos un sinónimo o palabra similar que nos ayude a completar el objetivo. El uso de un buen diccionario, corrector ortográfico o Wikipedia (NO #Whiskypedia) también son excelentes herramientas. ¡Googlea!


Dicho esto, comienzo por el principio:

Y al amanecer despierto tan solo para adorarte.
Aún no puedo ver el sol del amanecer, pero te tengo a mi lado y tú brillas más que él.
Hay algo más bello que el amanecer.
El despertar contigo todos los días.

Awwww que veyo…. Perdón, que ¡BELLO!



miércoles, 8 de enero de 2020

El anaquel


    Al parecer el lunes las personas arrasaron con todo en el súper y no había muchas de las cosas que estaba buscando. Vi poca gente pero todas concordaron en algo: producto que agarraban, pasaba directo al lector de precios, para luego regresar a su lugar de origen: el anaquel.

  La cara de "no me alcanza" es muy particular. Es ese rostro largo, triste, preocupado. Ese rostro que muestra arrugas que no tienes, líneas de expresión que ni conoces. A veces provoca pasarse por la maquinita de precios, a ver ¿cuanto es capaz de marcar? A ver, ¿qué indicaría tu propio código de barras? A ver, ¿cuál es el valor que te dan? Sí, sé que sonó deprimente pero es que justamente ese es el rostro del que les hablaba. El rostro de "no me alcanza" va sin maquillaje. Va sin bronceado. Va destapadito y sin velos. Es ese rostro que sabiéndose en el supermercado, no se termina de romper. Se mantiene firme y rígido hasta volver a esa compostura estática y fría, que muchos llaman dignidad. 

   No sé por qué estoy hablando de esto. Yo solo acabo de llegar del supermercado. Compré algunas cosas. Pocas. Y no todas las que tenía en mente. El dinero se me fue de un jalón. No encontré lo que quería, lo que quiero, lo que necesito. Traté de rendir mi dinero hasta el máximo. Compré con inteligencia (bueno, eso creo yo). Me dije: - Voy a esperar. Hoy no es un buen día para comprar. No hay mercancía, el dólar está bajando, los precios siguen aumentando; mi dinero es el mismo y la verdad, verdaíta: no tengo ganas. Quiero saber ¿qué pasó con los misiles del medio oriente? Eso allá está feo. Dígame Australia, ¡Pobres animalitos! ¡Pobre gente!... de repente recuerdo a Cocodrilo Dundee. En la casa me espera una hallaca. Primera de este año o la última del año pasado. Como sea, ese va a ser mi almuerzo. Tengo hambre. ¡Ah mira! papel tualé. Lo tomo y me dirijo a la maquinita de precios. 314 mil y lo demás se me olvidó. ¡Que bolas! La semana pasada estaba en 190 mil. Lo compro después. Cara de “no me alcanza”. Camino y sigo mirando. Voy hacia las neveras. No hay quesos. No hay embutidos. Me voy de aquí. - 

 Ahora estoy en casa, preguntándome si publico o no, esto que acabo de escribir. Que para mí, no es más que una pequeña catarsis o como dirían los antiguos griegos: una purificación de las pasiones de mi ánimo. Mañana debo volver al súper que ya no es súper. Que aunque dejó de ser estupendo, fantástico, genial y ahora solo es súper caro y que a veces, me hace ver a personas tristes, con caras largas, preocupadas y con arrugas que no tienen, es una cita ineludible, a la que voy con cara limpia, con la frente arriba y con la que en algún momento espero encontrar muchos más rostros de “me alcanza mucho” pero de tranquilidad, de prosperidad y de toda esa dignidad que una vez sacaron de mi anaquel, mientras este se mantenía adosado a mis pies, con suficiente base para darles el soporte necesario para sostener todo eso que si quiero que regrese.  





  


domingo, 8 de septiembre de 2019

La niña del tiempo ulterior


   La niña que dejaba todo para después, pensaba que siempre tendría la oportunidad de hacer las cosas… ¡para después!.  No era solo procrastinar por procrastinar, era simplemente algo que formaba parte de su naturaleza más íntima. ¿Por qué apresurarse cuando se tiene tanto tiempo para hacer o deshacer? - Se preguntaba.  
  
Tener 24 horas, 1.440 minutos u 86.400 segundos al día supondría tiempo suficiente para tener la facultad de dejar todo para después.
   Levantarse de la cama, orinar, lavarse los dientes, tomar café, desayunar, tender la cama, arreglarse, descansar, secarse el cabello, salir, llorar, hacer esa llamada, preparar el almuerzo, terminar aquel proyecto, llamar a su amiga, perdonar, limpiar el piso, arreglar esa gaveta, planchar la ropa, afeitarse, comprar el bombillo, subir contenido, mirar el cielo, hacer ejercicios, respirar aire puro, decir te quiero, tener un hijo, abrazar fuerte, sonreir con ganas, hacer morisquetas, decir la verdad, fijar posición, leer un libro, confiar en alguien, ajustar ese botón, probar nuevas recetas, besar a ese alguien, visitar a esa persona, cumplir una promesa, botar el bolígrafo que no escribe, amar, dejar de criticar, comprometerse, comer sano, dejar atrás (aunque sea por un ratico) los prejuicios, aceptarse como se es, trabajar duro, regalar a otros lo que realmente no usas, dormir más, pagar la luz, gritar, atreverte a hacer algo que nunca antes hiciste, redoblar fuerzas (o ropa), comprar ese vino, equivocarse, respirar, reflexionar, compartir tu tiempo, ayudar a otros, tener sexo, aprender un idioma nuevo, hacerse esa limpieza facial, darse una ducha larga, comer chocolate, acariciar a un perrito, comenzar la dieta, cumplirla, ser, quererse… 

  
La verdad es que el tiempo pasa volando y esto es literal. Creemos que los segundos, minutos, horas, días y años serán eternos y no, la realidad es muy diferente. Cierras los ojos y cuando los abres, entiendes, que ya no eres el mismo, que el tiempo pasó y que lo hizo tan rápido que ni cuenta te diste. Inmediatamente ves, que dejaste de hacer mil cosas por creer que eso nunca ocurriría. El tiempo no procrastina. El después, no es más que una trampita de la vida, un anzuelito dentro de una palabra, una inacción bien tejida que te va envolviendo mientras crees que te da abrigo y que al final te deja al descubierto y te hace pasar mucho mucho frío.
   Algunas cosas no deberían dejarse para más tarde en el tiempo, más alejado en el espacio… o para después. No se trata de correr o de apresurarse más de lo debido o de posponer y aplazar una tarea o responsabilidad por algo más gratificante. A veces evadir algo que puede valer mucho la pena, usando otra actividad como refugio para no enfrentarlo resulta en un error. Se trata de avanzar, de vivir, de no retrasarse, de aprovechar la temporada, de ser la mejor fruta de estación, de experimentar la oportunidad.   No podemos atrapar el tiempo, éste es experto en escaparse por miles de rendijas invisibles, pero si podemos disfrutarlo y sacarle ganancia. 
  Iba a hablar de esa niña que dejaba todo para después. Una niña que se distraía con facilidad, una niña un poco dispersa que a veces está y otras se pierde en una nube sin forma que la eleva hacia el infinito y luego la deja descansar sobre una colcha de algodón imaginaria. Una niña que se asoma a su ventana para ver ¿qué le trae la brisa de nuevo o qué aroma se siente en ese nuevo día que empieza?, una niña que espera recibir sorpresas insospechadas y que se queda esperando sin que nada de eso ocurra. Una niña que nunca se aburre pero que se lamenta de no tener cosas más divertidas para contar.     Una niña que deja todo para luego porque piensa que así, podrá disfrutar aún más de eso que aún no ve. Una niña que se encierra en un pequeño espacio que la mantiene inmóvil y que no entiende por qué en vez de seguir escribiendo esto ahora, prefiere dejarlo para otro día por contar.









domingo, 14 de julio de 2019

El arte de hacerse vino


    Como todo arte, la habilidad de hacerse viejo es sumamente subjetiva y requiere de mucho esmero y dedicación.   Con los años nos vamos deteriorando y necesitamos de procesos dedicados a nuestra preservación, conservación y hasta restauración. Las arruguitas comienzan a aparecer, nuestro cabello va perdiendo brillo y adquiere porosidad, nuestra piel tiene tendencia a la resequedad, nuestras orejas comienzan a agrandarse, nuestros ojos a achicarse, nuestros dientes a separarse, superponerse, sobreponerse y a salirse de la cola pues. Por alguna razón nuestras facciones se hacen más punteagudas. Nos encogemos, nos ensanchamos, adelgazamos o nos excedemos en la masa muscular, pero sobre todo nos volvemos más obstinados, más tercos, más rebeldes, más malcriados y más difíciles.
   ¿En serio es así? ¿Tan desaliñada imagen tenemos de la vejez? ¿Ese es el retrato general que viene a nuestras mentes cuando pensamos en lo añejo de nuestro ser? ¿Es así lo que la acción del tiempo puede ocasionarnos a todos cuando perdemos esa vitalidad, esa frondosidad y ese vigor que emanamos cuando aún somos jóvenes criaturas del universo? La verdad es, que a veces es todo lo contrario.
  Se dice que mientras más antiguo sea un vino, mejor es.  Y es que hay vinos que mejoran con los años. Entonces, ¡seamos como el vino!
   Para lograr esto, primero debemos recolectar nuestras mejores uvas, nuestras mejores virtudes. No es difícil, porque todos conocemos nuestras bondades aunque a veces nos enfoquemos en negarlas. Bondades que otras veces también, tendemos a someterlas a mucha presión y luego las aplastamos tanto que las hacemos puré. No, a todas esas cualidades debemos tratarlas con mucho cuidado, podarlas con delicadeza para que salgan intactas. Sin embargo, existen ciertos dones que empalagan, y ahí precisamente está la importancia de la fermentación controlada. Hasta al empache de bondades le hace falta a veces, un poco de amargura. 

    Algunos vinos necesitan de más de una fermentación. Si no nos fermentamos, no existimos. Una vez cumplido este proceso de filtrado, llega el momento de introducirnos en nuestro tonel o barrica que no es más que el espacio en el que nos movemos. Nuestra burbuja. La madera de la cual estamos hechos. Algunas son duras como el roble, perfectas para el vino tinto más no tonto con aromas frutales o de café, almendras y hasta caramelo.         La madera de cerezo, la acacia y el pino evoca frutos rojos, toques especiados y notas florales y tostadas. Y así tenemos tintos, blancos y rosados. Comienza entonces el momento de maduración y avanza también nuestro proceso de oxidación. Tristemente, algunos vinos tienden a evaporarse pero afortunadamente otros si llegan a embotellarse.          En este punto, es cuando aparecen infinidad de presentaciones de cepas, etiquetas, tamaños y colores. Lo frágil del vidrio, lo tóxico del plástico y hasta lo barato del cartón. 

      Llega un momento en la vida, en que decidimos ser felices. Ese momento puede ser cuando tienes 15 años, cuando tienes 30, cuando casi pisas los 50 y hasta cuando ya la memoria no te da para saber que edad tienes.
  Lo importante es tener presente, que nunca es tarde para comenzar a ser feliz. Esa decisión le corresponde únicamente a quien la profesa. Decides irte por los caminos verdes, rosados o hasta los más negros. Tomar riesgos, y a pesar de todos tus miedos, todas tus dudas, todos tus desaciertos, eliges seguir hacia adelante, tomarte ese riesgo fondo blanco y avanzar.
    Todo vino tiene un momento ideal para ser disfrutado pero también todo vino tiene una fecha de caducidad. En ocasiones, no queda más que dejarnos decantar. Separarnos de ciertos desechos encasillados en algún fondo, liberarnos, oxigenarnos y despertar nuestro verdadero aroma.
    Seas, ligero, seco, dulce, semiseco, ácido, con mucho cuerpo, sin él, complejo, intenso, espumoso o especial.
    Seas un Merlot, Malbec, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Carmenere, Pinot Noir, Tinto de verano o Sangría.
    Tómate siempre en serio. Acepta tu prolongada o no, crianza en barrica o en botella. Disfrútala. Sácate el corcho y permítete respirar.
      Deja fluir tu esencia, conviértela en un buqué de calidad y brinda, brinda siempre por ti.