Como todo arte, la habilidad de hacerse viejo es sumamente subjetiva y requiere de mucho esmero y dedicación. Con los años nos vamos deteriorando y necesitamos de procesos dedicados a nuestra preservación, conservación y hasta restauración. Las arruguitas comienzan a aparecer, nuestro cabello va perdiendo brillo y adquiere porosidad, nuestra piel tiene tendencia a la resequedad, nuestras orejas comienzan a agrandarse, nuestros ojos a achicarse, nuestros dientes a separarse, superponerse, sobreponerse y a salirse de la cola pues. Por alguna razón nuestras facciones se hacen más punteagudas. Nos encogemos, nos ensanchamos, adelgazamos o nos excedemos en la masa muscular, pero sobre todo nos volvemos más obstinados, más tercos, más rebeldes, más malcriados y más difíciles.
¿En serio es así? ¿Tan desaliñada imagen tenemos de la vejez? ¿Ese es el retrato general que viene a nuestras mentes cuando pensamos en lo añejo de nuestro ser? ¿Es así lo que la acción del tiempo puede ocasionarnos a todos cuando perdemos esa vitalidad, esa frondosidad y ese vigor que emanamos cuando aún somos jóvenes criaturas del universo? La verdad es, que a veces es todo lo contrario.
¿En serio es así? ¿Tan desaliñada imagen tenemos de la vejez? ¿Ese es el retrato general que viene a nuestras mentes cuando pensamos en lo añejo de nuestro ser? ¿Es así lo que la acción del tiempo puede ocasionarnos a todos cuando perdemos esa vitalidad, esa frondosidad y ese vigor que emanamos cuando aún somos jóvenes criaturas del universo? La verdad es, que a veces es todo lo contrario.
Se dice que mientras más antiguo sea un vino, mejor es. Y es que hay vinos que mejoran con los años. Entonces, ¡seamos como el vino!
Para lograr esto, primero debemos recolectar nuestras mejores uvas, nuestras mejores virtudes. No es difícil, porque todos conocemos nuestras bondades aunque a veces nos enfoquemos en negarlas. Bondades que otras veces también, tendemos a someterlas a mucha presión y luego las aplastamos tanto que las hacemos puré. No, a todas esas cualidades debemos tratarlas con mucho cuidado, podarlas con delicadeza para que salgan intactas. Sin embargo, existen ciertos dones que empalagan, y ahí precisamente está la importancia de la fermentación controlada. Hasta al empache de bondades le hace falta a veces, un poco de amargura.
Algunos vinos necesitan de más de una fermentación. Si no nos fermentamos, no existimos. Una vez cumplido este proceso de filtrado, llega el momento de introducirnos en nuestro tonel o barrica que no es más que el espacio en el que nos movemos. Nuestra burbuja. La madera de la cual estamos hechos. Algunas son duras como el roble, perfectas para el vino tinto más no tonto con aromas frutales o de café, almendras y hasta caramelo. La madera de cerezo, la acacia y el pino evoca frutos rojos, toques especiados y notas florales y tostadas. Y así tenemos tintos, blancos y rosados. Comienza entonces el momento de maduración y avanza también nuestro proceso de oxidación. Tristemente, algunos vinos tienden a evaporarse pero afortunadamente otros si llegan a embotellarse. En este punto, es cuando aparecen infinidad de presentaciones de cepas, etiquetas, tamaños y colores. Lo frágil del vidrio, lo tóxico del plástico y hasta lo barato del cartón.
Llega un momento en la vida, en que decidimos ser felices. Ese momento puede ser cuando tienes 15 años, cuando tienes 30, cuando casi pisas los 50 y hasta cuando ya la memoria no te da para saber que edad tienes.
Lo importante es tener presente, que nunca es tarde para comenzar a ser feliz. Esa decisión le corresponde únicamente a quien la profesa. Decides irte por los caminos verdes, rosados o hasta los más negros. Tomar riesgos, y a pesar de todos tus miedos, todas tus dudas, todos tus desaciertos, eliges seguir hacia adelante, tomarte ese riesgo fondo blanco y avanzar.
Todo vino tiene un momento ideal para ser disfrutado pero también todo vino tiene una fecha de caducidad. En ocasiones, no queda más que dejarnos decantar. Separarnos de ciertos desechos encasillados en algún fondo, liberarnos, oxigenarnos y despertar nuestro verdadero aroma.
Seas, ligero, seco, dulce, semiseco, ácido, con mucho cuerpo, sin él, complejo, intenso, espumoso o especial.
Seas un Merlot, Malbec, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Carmenere, Pinot Noir, Tinto de verano o Sangría.
Tómate siempre en serio. Acepta tu prolongada o no, crianza en barrica o en botella. Disfrútala. Sácate el corcho y permítete respirar.
Deja fluir tu esencia, conviértela en un buqué de calidad y brinda, brinda siempre por ti.